Sticky: Espiritualidad 2
Retomamos hoy, las Cartillas de Espititualidad que el padre Diego nos envía.
Por unos días, trantándo de emparejarnos con la entrega de la versión impresa que el padre realiza con los jóvenes de Acción Católica de mi parroquia y, a fin de que estos (o quien guste) pueda descargar las mismas en formato mp3 pare escucharlos en su reproductor, publicaremos una o dos por día; luego serán semanales.
Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre…
Cantarán, llorarán razas y hombres,
buscarán la esperanza en el dolor,
el secreto de vida es ya presente:
resucitó el Señor.
Dejarán de llorar los que lloraban,
brillará en su mirar la luz del sol,
ya la causa del hombre está ganada:
resucitó el Señor.
Volverán entre cánticos alegres
los que fueron llorando a su labor,
traerán en sus brazos la cosecha:
resucitó el Señor.
Cantarán a Dios Padre eternamente
la alabanza de gracias por su don,
en Jesús ha brillado su Amor santo:
resucitó el Señor. Amén.
.
Dijo Jesús: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos..”
(Juan 15, 1-8)
Salmo 61: El Señor, herencia y felicidad de sus amigos
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien,
no hay nada superior a ti”.
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!
Me ha tocado un lugar de delicias,
estoy contento con mi herencia.
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha.
Gloria al Padre…
Intenciones:
- Señor Jesús, tú que por tu resurrección fortaleciste la fe de los discípulos y los enviaste a anunciar el Evangelio, haz que todos los cristianos sean en el mundo testigos de tu amor.
- Tú, que por tu resurrección, diste la salud a muchos enfermos, mira también hoy con bondad a todos los que sufren, y manifiesta en ellos tu gloria.
- Te encomendamos la vigilia que haremos a fin de mes, para celebrar Pentecostés: que la fuerza del Espíritu encienda en nuestros corazones la llama de tu Amor.
- Te pido especialmente por el grupo que me encomendaste como dirigente…
Padre nuestro…
Alabado sea Jesucristo…
SOBRE LA ESENCIA DE LA VIRTUD II
La virtud es también un modo de relación con el mundo. ¿Cómo ve el mundo uno en quien actúa el sentido del orden? Nota que todo en él está ordenado “conforme a medida, número y peso”, según dice la Escritura. Sabe que nada ocurre de modo casual; todo está con sentido y en conexión. Goza viendo esa ordenación; pensemos, por ejemplo, en la imagen del mundo en los pitagóricos, que equiparaban las leyes del mundo con las de la armonía, y decían que cuanto acontece es gobernado por el son de la lira de Apolo. Quien tiene ese carácter, ve también el orden en la historia: ve que en ella tienen vigencia profundas reglas, todo tiene su causa, y nada queda sin consecuencias, como se expresa en el concepto griego de themis, según el cual toda acción de los hombres está sujeta a justicia y razón. Así, esa virtud significa a la vez una relación con toda la existencia, y da la posibilidad de descubrir en ella lados que no se hacen evidentes al que vive en desorden.
Verdad es que también esa visión del orden puede volverse rígida, de modo que mire el “orden” sólo como orden natural, y éste a su vez sólo como necesidad mecánica. Entonces desaparecen las formas originales y la fecundidad viva; se pierde por completo todo lo que se llama abundancia anímica, libertad y creatividad, y la vida se queda cuajada en muda necesidad.
Pero una persona así también puede sufrir con eso, del mismo modo que, en general, toda virtud auténtica es un esbozo previo de alegría espiritual, tanto como de dolor espiritual. Al carente de orden, la confusión de las cosas humanas, mientras no lo afecte a él mismo, lo deja indiferente, suponiendo que no lo perciba y disfrute como el elemento de su vida. Por el contrario, quien sabe lo que es orden, siente el riesgo, más aún, la inquietud del desorden. Ésta se expresa en el viejo concepto del caos, de la disolución de la existencia; que toma forma, o mejor dicho, deformidad, en monstruos, en dragones, en el “lobo del universo”, en la serpiente Midgard. A eso se refiere el modo de ser de los auténticos héroes, que no buscan aventuras, ni fama, sino que saben que tienen la misión de dominar el caos: Gilgamesh, Hércules, Sigfrido. Vencen lo que hace el mundo monstruoso, inhabitable; dan a la vida libertad y una situación de mesura. Para quien quiere orden, todo desorden en el interior del hombre, en las relaciones humanas, en el Estado y en el trabajo es algo intranquilizador, atormentador.
La virtud también puede enfermar; ya lo hemos sugerido. El orden puede dar lugar a un encadenamiento que perjudique al hombre. He conocido a un hombre altamente dotado que decía: “Una vez que me he decidido a algo, no sería capaz de cambiar ya mi propia decisión, aunque lo deseara.” Aquí el orden ha degenerado en coerción. O pensemos en los tormentos de conciencia con que el hombre escrupuloso se siente obligado a hacer algo, y a volverlo a hacer, una vez más y otra, forzado por un impulso que nunca lo deja libre. O en el educador que lo oprime todo en reglas firmes, para poder seguir dominando a sus alumnos, porque no es capaz de crear una ordenación elástica que sirva para la vida. O incluso en las situaciones plenamente patológicas en que uno sabe: ahora es el momento, ahora tiene que hacerse “eso”; si no, ocurrirá algo terrible; pero no se sabe qué “eso” de que ahora es el momento:.una coerción de orden, que ya no tiene contenido.
En toda virtud se esconde también la posibilidad de una mengua de libertad. Así, el hombre ha de seguir conservando el dominio sobre su virtud para alcanzar la libertad de la imagen y semejanza de Dios.
La virtud alcanza a toda la existencia, como un acorde que la reúne en unidad y, asimismo, se eleva hasta Dios, o mejor dicho, desciende de Él.
Eso ya lo supo Platón, cuando atribuyó a Dios el nombre de agathón, “lo bueno”. De la bondad eterna de Dios desciende la iluminación moral al espíritu de los hombres sensibles, y da a los diversos caracteres, en cada caso, su especial disposición para el bien. En la fe cristiana llega a su plenitud ese reconocimiento; pensemos en la misteriosa imagen del Apocalipsis según la cual la síntesis del orden, la Ciudad santa, desciende de Dios a los hombres (21, 10 y ss.). Sobre eso habría que decir más de lo que aquí cabe. Sólo podemos señalar algo básico.
Hay ante todo una verdad, mejor dicho, una realidad en que descansa todo orden de la existencia. Es el hecho de que sólo Dios es “Dios”, no un fundamento anónimo del universo, no mera idea, no misterio de la existencia, sino el auténtico y vivo por sí mismo, Señor y Creador, mientras que el hombre es el creado, obligado a la obediencia al Señor supremo.
Ése es el orden básico de toda relación terrenal y toda acción terrenal. Contra él se rebeló ya el primer hombre, al dejarse convencer de que iba a “ser como Dios”, y contra él continúa hasta hoy la rebelión de grandes y pequeños, geniales y charlatanes. Pero si se daña ese orden, por mucho poder que se obtenga, por mucho bienestar que se asegure, por mucha cultura que se edifique, todo sigue estando en el caos.
(Una ética para nuestro tiempo, R. Guardini)
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