Espiritualidad 25
Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre…
Otra vez -te conozco- me has llamado.
Y no es la hora, no; pero me avisas.
De nuevo traen tus celestiales brisas
claros mensajes al acantilado
del corazón, que, sordo a tu cuidado,
fortalezas de tierra eleva, en prisas
de la sangre se mueve, en indecisas
torres, arenas, se recrea, alzado.
Y tú llamas y llamas, y me hieres,
y te pregunto aún, Señor, qué quieres,
qué alto vienes a dar a mi jornada.
Perdóname, si no te tengo dentro,
si no sé amar nuestro mortal encuentro,
si no estoy preparado a tu llegada. Amén.
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”. El les respondió: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”. Ellos le dijeron: “Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les dijo: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?”. “Podemos”, le respondieron. Entonces Jesús agregó: “Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados”.
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.
(Marcos 10, 35-45)
Salmo 32: Alabanza a Dios
Aclamen, justos, al Señor;
es propio de los buenos alabarlo.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Nuestra alma espera en el Señor;
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.
Gloria al Padre…
Intenciones:
- Acuérdate, Señor, que enviaste a tu Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo; haz que su muerte gloriosa nos traiga la salvación.
- Tú que constituiste a tus sacerdotes servidores de Cristo y administradores de tus misterios, concédeles un corazón fiel, ciencia abundante y caridad intensa.
- Tú que desde el principio creaste hombre y mujer, guarda a todas las familias unidas en el verdadero amor.
- Haz que los que has llamado a la consagración por el reino de los cielos, sigan con fidelidad a tu Hijo.
- Te pido especialmente por el grupo que me encomendaste como dirigente…
Padre nuestro…
Alabado sea Jesucristo…
FALTA DE INTENCIONES (III)
Digámoslo con referencia a lo esencial: el hombre se ha abierto para Dios. Si así cabe expresarse: es permeable a Dios. Es “puerta”, por la cual irrumpe en el mundo el poder de Dios, y puede establecer verdad, orden y paz. Hay un hecho en que esto sale a luz prodigiosamente. Cuando san Francisco pasó su largo apartamiento en el monte Alvernia y hubo recibido los estigmas de la pasión de Cristo en sus manos y pies y costado, volviendo luego con los suyos, vino la gente a besar los signos de sus manos. San Francisco, radicalmente humilde, había rechazado antes, asustado, muestras semejantes de veneración.
Pero ahora se las consintió a quienes lo honraban, pues ya no tenía la sensación de que se refirieran a él, al “hijo de Bernardone de Asís”, sino al amor de Cristo en él. El yo externo estaba extinguido, pero resplandecía el auténtico Francisco: el que ya no estaba ante su propia mirada, sino completamente abierto para Dios.
Toda auténtica virtud —así lo hemos visto repetidamente— no sólo atraviesa el ser humano entero, sino que sube y alcanza a Dios. Mejor dicho: desciende de Dios, pues su “lugar” auténtico y original es la vida de Dios. Entonces, ¿cómo es esto en la falta de intenciones? ¿No tiene Dios intenciones, Él, por cuya voluntad existe todo y por cuya sabiduría está ordenado todo?
Debemos cuidar de que no se entrecrucen las significaciones. “Tener intenciones”, en el sentido como se usa aquí la palabra, significa otra cosa que actuar. Todo actuar tiene un objetivo que ha de ser alcanzado, pues si no, sería el caos; en este sentido, Dios mira al objetivo que ha establecido Él y dirige ahí su actuación. Pero es algo diferente cuando quien actúa no se dirige simplemente a la otra persona ni al asunto, sino que se refiere a sí mismo, quiere cobrar valor, y busca ventajas. ¿Cómo había de tener Dios semejante cosa ante los ojos? En efecto, Él es el Señor, Señor del mundo; Señor del Ser divino y de la vida misma, ¿de quién habría de necesitar todavía? Él lo tiene todo, mejor dicho, lo es todo.
Pero cuando Él crea el mundo no es como cuando un hombre produce una cosa para hacer algo grande con eso, o para servir a sus propias necesidades, sino que lo crea —atrevámonos a la palabra, que ahora adquiere su más alto sentido— por puro y divino gozo en las cosas. Crea las cosas para que existan, llenas de verdad, auténticas y hermosas. La obra de Dios en el mundo no podemos representárnosla suficientemente libre y gozosa.
Pero ¿qué pasa con la dirección del mundo, con lo que se llama “providencia”? ¿No tiene en ella Dios intenciones constantemente? ¿No guía al hombre, a cada hombre y todos sus destinos, al objetivo por él pretendido? ¿No está ordenada la vida de ese hombre de tal modo como efectivamente está porque la vida de aquel otro está conectada con él de ese modo determinado? ¿No están todas las vidas humanas dispuestas en orden recíproco y, por tanto, toda la existencia dispuesta por la sabiduría planificadora de Dios? Una vez más, no debemos confundir las significaciones. Lo que quiere ahí la suprema sabiduría no son “intenciones” que transcurran al margen de lo auténtico, sino el sentido mismo de lo querido, su verdad, el cumplimiento de su esencia.
Este querer es el poder que vincula cada cosa a otra, y relaciona un acontecer con otro, y pone a ese hombre en comunidad con aquel otro, y a cada cual con todos en general. Eso no es “intención”, sino “sabiduría”, la soberana sabiduría del Maestro perfecto, que crea la existencia humana como un tejido en que cada hilo sostiene a todos los demás, igual que es sostenido por ellos. Ahora no vemos todavía el dibujo. Vemos el tapiz sólo por el reverso; en cortos trechos podemos seguir líneas aisladas, pero luego nos vuelven a desaparecer. Un día, sin embargo, se le dará la vuelta, al fin del tiempo, en el juicio; entonces aparecerán resplandecientes las grandes figuras. Y la pregunta que en el transcurso del tiempo nunca se contestó del todo, y a veces de ningún modo, la pregunta del “porqué” —¿por qué este dolor?, ¿por qué esta privación?, ¿por qué ése puede y yo no?—, todas las preguntas de la necesidad de la vida, recibirán su respuesta por la sabiduría de Dios, que hace que las cosas no sean un montón de objetos y los acontecimientos no sean una mezcla de azares, sino que haya “mundo”.
(Una ética para nuestro tiempo, Romano Guardini)
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